El email es imprescindible para un padre de la patria, un profesional o un padre de familia. Se ha integrado de tal manera en nuestra sociedad que resulta imprescindible para un gran número de ciudadanos, en su vida profesional y privada. El email organiza y transmite, nos da acceso a esos powerpoint de gatitos que nos alegran la mañana, nos protege de virus gracias a los imprescindibles avisos de nuestros amigos y hasta nos trae suerte, al mandar cadenas de email a nuestros amigos.
El email lleva tanto tiempo con nosotros que parecería imposible mejorarlo, y no digo ya reinventarlo.
Error
Craso error
Una vez más, Apple ha vuelto a conseguirlo. El iPad hace del email el instrumento definitivo para la comunicación y organización, tal y como vimos a los políticos españoles.
¿Y cómo lo hace?
Es una captura que ha hecho mi amigo Ctitanic. Yo no tengo iPad porque mi mujer no me comprende, ni a mí ni al iPad. Pero gracias a amigos como Frank puedo, al menos, contaros y cantaros las maravillas del dispositivo revolucionario.
Admirad la limpieza y la simplicidad. Todo elemento prescindible ha sido eliminado. ¿Y cuál es el criterio que distingue lo imprescindible de lo que no lo es? ¡Que lo incluya el iPad!
La aparente tautología es en realidad un problema de fe. Por si no andáis muy sobrados de fe, os invito a que comparéis esa obra de arte de la pureza sencilla con un programa antiguo, pasado y, sobre todo, pobre: claws mail.
Ni me molesto en incluir capturas de Thunderbird u Outlook. Su innecesaria complejidad no es sólo engañosa, sino insidiosa. Eso de incluir el calendario, esa aparente potencia de los filtros y demás funcionalidades es un pozo sin fondo para el tiempo de las personas: ¿Qué hay de lo que se tarda en aprenderlo? ¿Y el lío de utilizarlo? La espléndida sencillez del ipad email no tiene compensación.
Por otra parte, podríais tratar de rebatir mi argumento hablando de yahoo email o de gmail. El correo web moderno, podríais argüir, pasa por un cliente web y elimina la dependencia de un cliente local.
Podríais tratar, digo. Inutilmente, añado. Por una parte, está la cuestión de la exclusividad: Cualquiera puede acceder a su email desde cualquier pc o smartphone. Y vosotros no querréis ser cualquiera, ¿verdad? Querréis ser alguien, claro. La aparente similitud entre una app para el iPad y una aplicación web esconde la excelencia de la adaptación de la interfaz al dispositivo, algo completamente fuera del alcance de una aplicación que se emplea con un navegador. Y, por si la exclusividad fuera poco, está la dependencia: si usáis una cuenta de Gmail, dependéis de Google y de que un día os quite el email. Evidentemente, no es el caso del iPad, porque el iPad es un dispositivo físico que habéis comprado y, por lo tanto, es vuestro.
Finalmente, observad al cliente de email en acción (que no sé por qué no se llama i-email, tanto por coherencia como porque, efectivamente, ha reinventado y revolucionado el email).
La pureza resulta apabullante. Pensad sólo en el gozo de usar el teclado virtual justo debajo de la ventana de composición. No sobra ni un píxel siquiera. Si veis el texto, comprobaréis que Frank se está quejando de que no se puede adjuntar un archivo a un email que has empezado a escribir.
¡Paparruchas!
Frank es un tipo genial, amigo de sus amigos, pero respecto al iPad está evolucionando. No ha pasado el tiempo suficiente como para recibir todos los beneficios de su influencia y su mera proximidad física. Todavía no se ha percatado de que adjuntar un archivo es... innecesario. Es innecesario, porque no se incluye en el iPad. Y esto no es caprichoso, como nada lo es en el dispositivo revolucionario (como la eliminación del fastidioso Flash, por ejemplo). El iPad optimiza nuestro flujo de trabajo, y en este caso nos empuja con amabilidad a comenzar a partir del archivo y mandarlo por email, nunca al revés.
¿Cómo-nadie-se-había-dado-cuenta-antes?
Oh, the humanity!
No perdáis el tiempo. Compraos un iPad antes de que sea demasiado tarde, os quedéis atrás y perdáis toda oportunidad de ser exclusivos.